Quiero cerrar los ojos, poner una playlist de música indie y bailar rarito.

El oficio de ver el mar.
2 min readMay 9, 2024

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No tengo idea si fue primero el poema o la canción. Tampoco sé las diferencias fisiológicas que experimenta una materia sensible cuando se afecta por la literatura o la música.

Lo que si sé es lo que pasa en mi cuerpo cuando escucho música en vivo: un cable a tierra, unas ganas nuevas de estar viva, el deseo de volver cuando “estoy entre volver y no volver”, el calor de un poema que me hace llorar.

Anoche el concierto de Milky Chance avivó mi fuerza vital. Un montón de pasiones incontroladas que infectan la corrección social. Un baile multitudinario que quiere cambiar la interpretación del mundo, que se inventa palabras/notas y que me entrega nuevos marcos de valoración e interpretación social. Gracias a la música en vivo amo más el mundo, incluso lo días que la existencia me resulta tan poco amable.

He estado leyendo sobre las emociones. En La República, el loquillo de Platón, dice que los poetas (y yo hago la extensión de esta premisa a los cantantes) son los culpables de atizar unas emociones que perjudican la razonable serenidad de la ciudad. Me perdonará Platón y todos los estoicos del mundo, pero no me interesa un mundo sereno, racional y medido. Quiero la falta de respiración del llanto, la electricidad del baile ilógico, los poemas que desgarran el pecho, el fracaso de la contención, la música que me regresa las ganas de estar viva.

Quiero cerrar los ojos, poner una playlist de música indie y bailar rarito hasta que se seque la tristeza, hasta que me desborde la dicha del ritmo en mis venas.

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El oficio de ver el mar.

Si pudiera elegir un oficio quisiera dedicarme profesionalmente a ver el mar.